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lunes, 7 de diciembre de 2009

La causa de nuestro desorden

No es casual que la mayoría de los jóvenes o adultos que perpetran delitos en nuestro país provengan de familias desintegradas o desarmonizadas.

Los que se crían sin una correcta formación dentro de las familias o en la escuela crecen sin hacer mucho caso a los valores que aseguran el orden y la vida civilizada en la sociedad.

Los que, por desgracia, han vivido la mala experiencia de ver sus hogares desintegrados o estar bajo el amparo de padres negligentes, estén o no unidos en matrimonio, también son susceptibles de quedar traumatizados y de elegir un camino contrario al de las buenas costumbres.

Siendo la familia, junto a la escuela y la iglesia, los elementos fundamentales para la socialización, cuando esos pilares se debilitan o se quiebran, es toda la sociedad la que sufre las consecuencias.

Lo que percibimos hoy es que un fenómeno muy extendido en el mundo está reflejándose nacionalmente en la medida en que la familia y el matrimonio pierden su sentido original.

Se legalizan matrimonios de personas de un mismo sexo, los abortos se permiten a granel, el sexo precoz irresponsable se extiende, se abre cancha a la pornografía y a otros cursos de la corrupción moral.

En una sociedad “liberalizada” de tal forma escasean o no tienen ningún valor las normas o reglas que promueven el respeto a la vida, a la ley, a la autoridad, a los padres y a los maestros, y todo parece funcionar de manera irregular.

El Primer Seminario Internacional Familia y Vida, que patrocinó esta semana la Arquidiócesis de Santo Domingo, ofreció un panorama desalentador de este proceso disgregador que fractura el principal núcleo de una sociedad, que se refleja en los crecientes índices de delincuencia y violencia, irrespeto e inmoralidad rampantes y en todo lo que luce hoy desordenado y descompuesto en este país.

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