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jueves, 12 de noviembre de 2009

Un obsceno ejercicio del poder

El gobierno de los Kirshner es esencialmente anti-prensa y con frecuencia ejerce, en su contra, sus obscenas formas de poder.

Se las trae, desde hace tiempo, con los medios de comunicación que no se someten a la censura o a la complacencia para ocultar los repetidos fracasos y disparates que comete a menudo y que son la causa de que hoy la presidenta Cristina tenga una tasa de 68 por ciento de imagen negativa y un rechazo del pueblo a su gobierno del 64 por ciento.

Sus últimas arremetidas contra la prensa develan una ansiedad por controlarla al máximo. No solo despojó de sus licencias a varias empresas radiodifusoras y televisoras para repartirlas graciosamente entre las ONG amigas del gobierno, sino que ahora ha monopolizado la distribución callejera de los diarios y revistas y alienta a los sindicatos aliados a cerrar el paso a los despachos de periódicos en sus propias plantas impresoras.

El furor antiprensa ha llegado al extremo de los límites de una paranoia que alcanza densidades iguales o menores en otros países regidos por mandatarios que se ufanan en describirse como izquierdistas. El afán por yugular o restringir la libertad de prensa en sus países es una de las formas de eliminar el poder emergente que esta tiene en las sociedades modernas.

Sin una prensa libre no pueden denunciarse los desafueros o la corrupción rampante de los gobiernos ni el avance socialmente corrosivo que tiene el narcotráfico en estas sociedades, ni poner al descubierto otras flaquezas que amenazan el orden democrático y el ambiente de libertades del que hemos disfrutado en las últimas dos décadas.

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