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miércoles, 7 de julio de 2010

De Balaguer, Leonel y el griego Plutarco

Orlando Gill
orlandogil@codetel.net.do

La soledad
Joaquín Balaguer era un hombre solo (sin mujer, sin hijos y con pocos amigos), y sin embargo, cuando no se definía pronto sobre la reelección presidencial (que era una razón de vida) decían que era por miedo a “la soledad del poder”.

Un poder que no cesaba, ni compartía, y que ejercía de manera casi absoluta. Leonel Fernández sería la otra cara de la moneda (tiene mujer, tiene hijos, aunque –en cuanto a amigos– tiene muchos seguidores, en apariencia leales), pero ya empiezan a otorgarle la misma dispensa de no hablar claro sobre la reelección porque teme “la soledad del poder”. Es decir, que los reeleccionistas son los otros, pues no sólo promueven la repostulación del mandatario, sino que le buscan excusas, aun cuando sean pocos originales y repitan como papagayos lo que de tanta costumbre se hizo ley. Por ejemplo, “el destino”. Cuando la campaña estaba montada, y nadie dudaba, Balaguer remataba con que era “un instrumento del destino”. Era un instrumento malo, desafinado, pero como los reformistas eran dueños de la tarima, se imponía la resignación, e incluso se cantaba como merengue: “El tabaco es fuerte, pero hay que fumarlo”…

La intención
No tengo la menor duda de que la valla de La Tiradentes no fue colocada con la anuencia del presidente Leonel Fernández, pero sí se escogió ese lugar para que la viera, pues es la ruta de ida y vuelta al Palacio Nacional. Tampoco tengo la menor duda de que el jefe del Estado conoce la persona que la costeó y la intención, y que no se lo dijo un boca aguada, sino que lo averiguó.

Los servicios de inteligencia oficiales son malos, pero no para los chismes y las minucias.

El sujeto que financió esa valla, y de seguro que muchas otras al paso de los días, es “el destino”, y de seguro que es de los que temen la soledad de no estar en el poder. No debe olvidarse el contexto, pero no sólo en lo que tiene que ver con el debate, sino con la oportunidad de renovar el gobierno. Hay oficialistas que están fuera (en cierto modo) y quieren volver, y hay otros que no se conforman con su posición y quieren ascender.

Los reporteros del Palacio Nacional, que tenían mucho sin hablar de manera abierta y llana con el principal inquilino de la Casa de Gobierno, hicieron la parte que faltaba. La tarea está completa. Ya se conoce su reacción, y su satisfacción: las vallas son “expresiones de creatividad”...

La cara
Las vallas y la complacencia del presidente Leonel Fernández no dicen que haya decidido lanzarse a la reelección, pero sí que está en ánimo de hacerles el juego a los interesados en ese albur. No puede maldecir a quienes se preocupan porque pueda –en algún momento– sentirse solo en el poder, o a los que se constituyen en su destino.

Si el “pueblo” es creativo ¿por qué matarle el genio? Además ¿a quién le dan pan que no coma? ¿Acaso no hay quienes se regodean llamando Príncipe al presidente Fernández? Su conversatorio del viernes pasado lo reveló como la más acaba encarnación de César Borgia.

Sin embargo, debe cuidarse de cometer desafueros con las palabras ahora que es miembro del número de la Academia de la Lengua. Él podría jugar, pero saber que los otros van en serio, y como son “el destino”, fuerzan situaciones, acogen circunstancias.

Valerio Massimo Manfredi en su novela Los Idus de Marzo establece que los mismos que a poco pedían al César que se declara rey, fueron protagonistas de la conjura que lo llevó a la muerte. La desgracia en política no siempre tiene cara de hereje, sino –a veces– de la mejor buena fe…

Diferencia
Plutarco nació alrededor del año 50 después de Cristo, en un tiempo en que el imperio romano vivía en paz y de más en más se expandía. Lo definen como “el gran polígrafo griego”, pues escribió muchos tratados que recogían la sabiduría antigua, sobre todo en el campo de la política. Entre ellos destaca Cómo Distinguir a un Adulador de un Amigo, que dedicó al príncipe sirio Antioco Filópapo.

El presidente Fernández debiera procurarse esta obra, pues la conducta humana no ha cambiado mucho en dos mil años, y si puede, prestársela a la primera dama. Los círculos son distintos, pero tienen de común la adulación, y esta –desde la época de Plutarco hasta ahora– pierde a las inteligencias más sanas…

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